La educación en valores no se puede plantear como una tarea única de la escuela, ni como algo que atañe solo a los profesores, como si fuera un mundo aparte, sino que debería ser una tarea colectiva y común de todos, sobre todo en el seno familiar.
En educación los conocimientos son fácilmente evaluables y constituyen el primer resultado apreciable de la educación. Por el contrario, los valores son algo más profundo y difícil de percibir.
Si reflexionamos un momento nos daremos cuenta que la clase de personas que queremos formar serian aquellas con:
• Criterios propios para buscar la verdad y asumirla, para no ser manipulados por otros.
• Voluntad firme para querer el bien y no hacerlo por obligación.
• Capacidad para plantearse averiguar el porqué de las cosas.
• Optimismo para afrontar las dificultades y problemas, considerándolos como una experiencia que ayuda a mejorar.
• Deseos de superación personal y de mejorar la sociedad.
• Respeto al pluralismo y diferentes modos de pensar de los demás.
Actualmente, los medios de comunicación han avanzado vertiginosamente y, aunque significan progreso, no siempre sus mensajes son positivos. Además, el ambiente, los amigos, la música, ejercen un papel importante en el estilo de vida de los hijos.
Todas las personas necesitamos modelos, puntos de referencia, para luego formar nuestras propias ideas sobre el mundo, la vida, etc.
Debido a la actual cultura de la imagen, los modelos a los que se les expone de manera constante se imponen, sin dar opción a elegir otros.
Por eso los padres debemos estar preparados para contrarrestar esas influencias externas. Es importante llegar antes, es decir, anticiparse para que cuando las influencias exteriores pretendan asentarse en su personalidad sean capaces de elegir libremente. “Es mejor llegar un año antes que un día después”:
Estamos viviendo una crisis de valores que nos lleva a admitir como bueno aquello que no lo es a base de verlo generalizado en la sociedad.
Una familia con bases firmes siempre ejerce una poderosa influencia, lo que desde la familia se transmite tiene una fuerza mucho más firme que cualquier otro mensaje, aunque a veces no sea evidente, siempre llegará un momento en que salga a la luz y deje visible sus consecuencias.
Educar a un hijo es servirle siempre de ejemplo.
A continuación, enumero unas pautas a tener en cuenta a la hora de educar en valores a nuestros hijos.
• Conocerlos, cada persona es un ser único.
• Los hijos no son una proyección de los padres.
• Hay que aceptar a cada uno como es y tratarlo como debe ser.
• Debemos entrenarnos en decir “no” cuando sea necesario. El cariño de los padres a los hijos, en muchas ocasiones, se manifiesta en decir no.
• Debemos conocer el ambiente real en el que se mueven.
• Debemos tener tiempo para los hijos: saber escucharlos y dar importancia a sus cosas.
• Divertirnos con ellos en planes familiares.
• Ver con ellos la televisión y realizar actividades juntos para comentar ideas y puntos de vista.
• Enseñarles a afrontar con alegría las dificultades, haciendo que las vean como un reto de superación.
• Huir de los sermones.
• Elogiarles cuando realicen actos buenos.
• No compararles con nadie.
• Escucharlos y tomar acuerdos en común.
Algunos de los valores más importantes que debemos inculcarles son: generosidad, justicia, sinceridad, valentía, trabajo, responsabilidad, comprensión, alegría, esfuerzo, voluntad, fortaleza, delicadeza en el trato, orden, ilusión, amistad, compañerismo, autoestima, etc.
La educación de los hijos no requiere mucho tiempo, sino TODO EL TIEMPO.
En todo momento estamos enseñando, porque ellos lo reciben todo: las palabras, los gestos, las formas, nuestra manera de actuar ante los problemas y conflictos, etc.
Estar educando continuamente no es una forma angustiosa de vivir, sino un estímulo de superación constante con vistas a mejorar la calidad de vida de toda la familia.
Educamos por lo que somos y lo que hacemos, no por lo que decimos.
No es muy inteligente decirles: “cuidado por donde andas”, tenemos que tener cuidado por donde andamos nosotros, al fin y al cabo, ellos siguen nuestros pasos.
J. Miguel San Martín. Psicólogo sanitario.