El dolor es una experiencia inherente al ser humano. Experiencia desagradable que nos gustaría evitar o abolir en la medida de lo posible y que desde siempre las personas han intentado superar recurriendo para ello a todo tipo de procedimientos, como curanderos, sustancias milagrosas, ritos etc.
El dolor es la causa más común de consulta médica. Además, supone importantes costes económicos para la sociedad ocasionados por los gastos en medicamentos, la pérdida de horas de trabajo y de producción.
Desde el punto de vista personal, la presencia continuada de dolor supone importantes limitaciones para la persona que lo padece, afectando a su vida laboral (absentismo, bajas por enfermedad, incapacitaciones, etc.), su economía (gastos médicos, disminución de ingresos, etc.), las relaciones familiares y sociales (con mayores tensiones y problemas, progresivo aislamiento, etc.), problemas emocionales (irritabilidad, ira, depresión, etc.), su nivel de actividad con una notable disminución en todas las áreas (sus hábitos de alimentación, patrones de sueño, etc.).
El dolor cumple una función adaptativa en la preservación de la integridad biológica del organismo. En este sentido, supone una señal de alarma que indica que algo no marcha bien en el organismo y que es necesario tomar medidas para contrarrestar o curar la lesión o el daño que lo ha provocado. Sin embargo, cuando ese dolor persiste durante largos periodos de tiempo una vez el sujeto ha sido informado de la presencia de un daño o lesión en los tejidos o incluso, cuando está ya se ha subsanado, pierde todo su valor adaptativo y pasa a constituir exclusivamente un problema o incluso una enfermedad en sí misma.
Melzack y Casey (1968) definieron tres dimensiones básicas en la experiencia de dolor, cada una de las cuales depende de sistemas cerebrales diferentes:
Dimensión sensorial-discriminativa: se relaciona con aspectos sensoriales y perceptivos del dolor, informando con precisión acerca de su intensidad, localización y duración.
Dimensión motivacional-afectiva: supone la caracterización del dolor como desagradable o agradable, aversivo, etc. Abarcando, además, las emociones (por ejemplo, ansiedad, alteraciones emocionales etc.), y las conductas consiguientes (fundamentalmente respuestas de escape y evitación).
Dimensión cognitivo-evaluativa: supone la integración de los niveles anteriores en uno superior, en la que cobran relevancia las variables cognitivas como los pensamientos, creencias, valores culturales, experiencias pasadas etc.
La experiencia de dolor es la resultante de la interacción de estas tres dimensiones, variando el peso de cada una de ellas para cada caso concreto y cada situación específica.

Evaluación del dolor crónico: la evaluación del dolor viene determinada por el hecho de que nadie puede conocer el dolor de otra persona, ya no se trata de que una misma dolencia afecte de manera diferente a diferentes personas, sino que una misma persona puede padecer intensidades diferentes de dolor en función del momento de día, realización de diferentes conductas etc.
Esto se traduce en la imposibilidad de utilizar técnicas de medición objetivas para la evaluación del dolor y en la necesidad de recurrir a procedimientos de evaluación que impliquen la información por parte del propio sujeto que lo sufre.
Los parámetros más utilizados suelen ser la frecuencia y la duración, pero fundamentalmente la intensidad del dolor.
También es necesario evaluar las variables o factores relacionados con el dolor que suelen ser:
• Variables psicofisiológicas.
• Variables conductuales: incluyendo conductas de dolor, medidas de incapacidad funcional, interferencia en el nivel de actividad, estilo de vida, estrategias de afrontamiento al dolor etc.
• Variables cognitivas: actitudes y creencias sobre el dolor, percepción de la autoeficacia, pensamientos ante el dolor, etc.
• Variables emocionales: ansiedad, depresión, miedo, ira, etc.
• Variables psicosociales: apoyo social, recursos sociales, etc.

Tratamiento del dolor crónico: el dolor crónico es quizás uno de los trastornos psicofisiológicos en los que el abordaje cognitivo conductual se ha demostrado más eficaz, normalmente mediante programas multidisciplinares.
Los fármacos no son incompatibles con el tratamiento psicológico, aunque el consumo excesivo de fármacos provoca problemas de tolerancia adicción y aparición de efectos secundarios, en ocasiones graves. En este sentido es frecuente la utilización de placebos.
El dolor no puede abordarse directamente, no se disponen de técnicas que nos permitan reducir o eliminar el dolor directamente. Lo que sí se puede hacer es dotar al paciente de estrategias y recursos terapéuticos que le permitan actuar de una forma indirecta sobre el dolor. La idea que se debe transmitir es que el objetivo de la terapia es reducir el tiempo o la intensidad en que el dolor está presente, pero actuando siempre en los momentos en que no hay dolor o éste tenga una menor intensidad.
En resumen, un abordaje psicoterapéutico del dolor crónico puede disminuir la frecuencia e intensidad del mismo y como consecuencia de esto aumentar la calidad de vida de la persona.

J. Miguel San Martín. Psicólogo sanitario.